Viaje al Norte

Viaje al Norte

martes, 6 de abril de 2010

Nuevos adoquines

Y allí me encontré, en frente de adoquines que jamás había pisado.
Aquella tarde el sol destellaba, el canto de los pájaros se oía a lo lejos y los árboles comenzaban a florecer con la primavera.
Di el primer paso sin dudarlo un momento pero sin un rumbo fijo. Me crucé con la nuevamente madre. Me fue inevitable sonreír al ver a su beba de enormes mejillas de capelina y vestidito blanco con pequeñas flores rojas. Mi gesto fue devuelto por la maternal sonrisa de la mujer, acompañada con la de sus ojos.
Llegando a la esquina de la siguiente cuadra desvié mi mirada hacia la dirección en que escuché risas de niños. La plaza cerrada del barrio y, tal como yo pensaba, allí estaban los tres hermanitos, El niño mayor con su jardinero en un extremo del sube y baja, y las otras dos niñas con igual atuendo y su cabello carré en el otro. Aparecieron tres mayores, con un suave andar. El niño y la niña más grande corrieron a buscar los caramelos que la pareja les entrego a cambio de un abrazo, la más pequeña, fue recogida del juego, al mismo tiempo, por el hombre que traía el bastón. El la alzó y la sentó en su brazo riendo juntos mientras ella tomaba la boina del anciano y la colocaba sobre su pequeña cabeza
Me detuve un segundo a observar la hora. Los niños estaban saliendo de la escuela todos disfrazados de paisanos y tocando la flauta, salvo una niña de trenzas y cara circular que volvía hacia mi dirección tocando la melódica. De pronto dejo de hacerlo, se la entrego al hombre de traje, le sonrió mostrando la falta de algunos dientes y comenzó a correr toda la cuadra con su perro, el que tropezaba cada dos por tres al pisar sus orejas con sus cortas patas.
Al notar la compañía de pequeños felinos, comprendí que había llegado a la calle Zamudio. Enseguida mis ojos tomaron la dirección de aquel balcón de la cuadra de en frente. Una niña de lazo celeste asomado en su cabellera cantaba mirando los árboles floridos que tenia delante sus ojos mientras abrazaba a sus perros. Al notar mi presencia, se sonrojo y desapareció precipitadamente. No pude evitar sentir aquella sensación en mi rostro también.
Seguí mi rumbo pero un fuerte portazo me hizo volver mi mirada hacia la entrada de la misma casa, el mismo lo sentí en mi pecho. Allí estaba esa imagen, La adolescente salió con lágrimas en sus ojos, la respiración acelerada, al igual que su paso. Por alguna razón, aquella sensación tardó en desaparecer.
Continuando el andar, llegué a la plaza principal. Quise echarle un vistazo a la hoja de la joven que se encontraba sentada contra el árbol, pero la distancia me lo impidió. Aun así era notable que movía aquel lápiz con pasión, como si su felicidad construyera con los trazos sobre la hoja. Al rato llegaron más jóvenes ubicándose junto a ella comenzando una ronda de tereré y de risas. Tal cual lo hubiésemos planeado un día como este con mi grupo.
Y allí me encontré, frente a aquellos adoquines que jamás había pisado. Mi paso se hizo más lento hasta llegar a detenerse. No conocía aquel camino, mis ojos lo veían oscuro. Apareció el temor a tropezar, a perderme, a no encontrar dirección, a llegar a calles sin salida. No paso un minuto cuando un faro dio luz a lo lejos. Por alguna razón mi desesperación comenzó a aliviarse, no completamente, pero sí lo suficiente para comprender que su luz pronunciaba mi nombre, y que pisando estas calles se seguiría escribiendo esta historia.

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