Viaje al Norte

Viaje al Norte

martes, 6 de abril de 2010

Utópico anhelo





Galopando con pasión, el animal levantó vuelo. Dos cálidas y blancas alas se desplegaron a mis costados y atravesaron nubes de algodón.
El sol suavemente circular radiaba. Este fue interceptado por el sorpresivo aleteo de palomas que inmediatamente se ubicaron formando tres radios en el.
De ellos se desprendía un colorido pentagrama.
Su melodía era armoniosa y sublime.
De pronto, escuche un dulce canto. Desvie mi mirar hacia la tierra firme que se
Encontraba bañada de vegetación predominando los árboles y rosales.
Pude distinguir un gran grupo de hombres acompañando alegremente la serena melodía. Todos se veían distintos, pero a la vez muy iguales. Parecían una sola persona, un solo canto.
El animal rozó con sus extremidades el mar en calma.
Dos niños tomados de la mano corrieron riendo hacia la orilla. Tomaron dos ramitas que encontraron sobre la arena y dibujaron un enorme corazón. Se sentaron en su centro y permanecieron allí, esperando el llegar del atardecer.
No recordaba lo que era suspirar y sentir esa sensación de plena libertad.
De repente, el animal aterrizó a toda velocidad, Sus alas se desprendieron y su color oscureció hasta llagar a ser negro. Sus mismos ojos que antes trasmitían bondad ahora solo mostraban desesperación.
Cayeron las notas musicales del pentagrama y éste desapareció. Solo se escuchaba los agresivos galopes y el viento que golpeaba sobre las hojas secas de los árboles. Ni una
Sola luz iluminaba el camino sin dirección.
En aquellos últimos segundos penetró en mis oídos un turbador sonido que se agudizaba cada vez más.
Sólo logré distinguir aquel precipicio cuando ya estaba cayendo en el.
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Fueron fuertes bocinazos los que me hicieron saltar de la cama abriendo los ojos precipitadamente.
Eran las seis y veinticinco de la mañana. Otro día que había que finalizar en la triste Buenos Aires. El desafió cotidiano.
Me coloque la bata y, abrazando mi cintura, me acerqué a la ventana.
El humo de los autos se unía con el depresivo día nublado.
La gente avanzaba como soldados. Sus rostros no mostraban ningún rastro de expresión. La misma secuencia. La misma imagen de siempre.
No quise prender el televisor. Mirar por la ventana ya me había angustiado lo suficiente como para seguir escuchando sobre injusticias y corrupción.
Sin pensarlo dos veces opté por no llevar a cabo el estructurado día.
Cerré la ventana y volví a cobijarme en mi cama buscando engañarme de que
cerrando los ojos volvería a la verdadera realidad, a mi anhelada utopía.

Marina González
26 de agosto.
2009

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